viernes, julio 26, 2019

Mujeres en el Opus Dei.




«Las mujeres pueden acelerar el camino hacia la verdad»

Entrevista a Isabel Sánchez, secretaria de la Asesoría Central del Opus Dei, publicada en El Mercurio (Chile). Aborda el momento por el que atraviesa la Iglesia católica, el rol de la mujer y los jóvenes.
ÚLTIMAS NOTICIAS
Opus Dei - «Las mujeres pueden acelerar el camino hacia la verdad»
Ante el cuadro de pesimismo y desconsuelo que afecta a la Iglesia, como consecuencia de la crisis de los abusos sexuales, resulta difícil encontrar voces que planteen las cosas desde la esperanza y el optimismo. Isabel Sánchez Serrano, la mujer que ocupa el cargo más alto en el Opus Dei a nivel mundial, secretaria de la Asesoría Central, organismo que apoya al prelado de esa institución, es una de esas voces.
Española, murciana, abogada, de trato amable, pero clara en sus convicciones, no escabulle ninguna de nuestras preguntas. Aunque resulta evidente que el tema de los abusos le duele; sin embargo, no la paraliza. Está ocupada, como dice ella, en ayudar a superar este “movimiento sísmico que ha sacudido la legitimidad de la Iglesia”.
Recibe a “El Mercurio” en la sede central del Opus Dei en Roma, en donde reside desde 1992 (un edificio amplio, bien decorado pero muy sobrio), en una calurosa mañana de primavera y, en donde, lo primero que hace es contarnos acerca de Guadalupe Ortiz de Landazuri, beata laica, numeraria, recién llevada a los altares en mayo pasado.
¿Cómo calificaría usted el actual momento por el que atraviesa la Iglesia Católica?
La Iglesia, vista en su conjunto, presenta caras muy diversas: en grandes zonas geográficas encontramos una fe viva; en otras, un rico mosaico de fe hecha cultura; en Asia, la sed de Dios lleva a bautismos a millares de hombres y mujeres. Casi inadvertidamente, asistimos a la persecución de miles de cristianos que no dudan en dar su vida por amor a Jesucristo. Los países de cultura occidental, sin embargo, presentan un hastío postcristiano: en gran medida, han perdido la razón de su alegría. Además, últimamente un movimiento sísmico ha sacudido —ante no pocas personas— la legitimidad de la Iglesia como institución: la corrupción de bastantes ministros suyos ha dejado al mundo —empezando por los propios católicos— indignado. No sería justo, sin embargo, ignorar el mayor número de sacerdotes fieles y hasta heroicos que continúan sirviendo al pueblo de Dios.
EL CRISTIANISMO HA MUERTO MUCHAS VECES, PERO SIEMPRE HA RESUCITADO MUCHAS VECES
Sin embargo, compartirá conmigo que la situación arroja un balance más bien preocupante. ¿Cree que es posible arreglar esta situación que describe?
Parafraseando a Chesterton, me gusta considerar que el cristianismo ha muerto muchas veces, pero siempre ha resucitado muchas veces. Para que las cosas vayan mejor, el punto de partida somos cada uno de nosotros, en una versión mejorada, purificada. Tanto el admirable ejemplo de cristianos que en pleno siglo XXI lo apuestan todo por su amor a Jesucristo, como el desolador panorama de quienes lo han traicionado del modo más innoble. Un pequeño paso adelante mío puede contribuir a un gran paso de la Iglesia entera.
¿Cree usted que la actitud del Vaticano ha sido la correcta? Algunas decisiones de Francisco han resultado desconcertantes e incluso erráticas en ocasiones. ¿Comparte esa apreciación?
Claramente no la comparto. El Papa ha publicado dos encíclicas y cuatro exhortaciones apostólicas. En algunas de ellas hay referencias importantes sobre el drama de los abusos. Pero luego ha hablado de modo más directo sobre este drama en otros contextos, como la reciente reunión de febrero en Roma con representantes de todas las conferencias episcopales. De ahí han salido ya tres documentos normativos. Ahora se espera la elaboración de un vademécum con indicaciones y experiencias de tipo práctico que iluminen el trabajo de todas las instituciones. Es clave ir al fondo del tema y, como hace al Papa, poner el acento en el estilo cristiano de vida que evita estos comportamientos terribles. Son como dos procesos paralelos.
El pontificando de Francisco se inició con esperanza para muchos. Sin embargo, con el paso del tiempo, han empezado a arreciar las críticas desde diferentes sectores. ¿Cómo evalúa la tarea llevada adelante hasta ahora por el Papa Francisco?
El Papa Francisco ha sabido recuperar para los cristianos y ofrecer a los alejados de la Iglesia varios elementos clave para construir la vida desde la esperanza: la primacía de la oración frente a la tiranía del eficientismo humano; la fascinación por la persona en una sociedad que idolatra las innovaciones técnicas; el valor de lo débil e imperfecto en medio de la cultura del descarte y de la imagen retocada hasta la saciedad; el poder del encuentro personal, y de modo más radical: nos ha quitado el miedo a ser hijos de Dios.
Jóvenes: las grandes víctimas
Siempre se dice que los jóvenes son la esperanza de la Iglesia. ¿Cree usted que aquello continúa teniendo validez en un escenario en que han sido las principales víctimas de los abusos por parte de algunos sacerdotes?
A los jóvenes que han pasado por esta tremenda experiencia les han arruinado muchas cosas: la alegría, la autoestima, el desarrollo armónico de su personalidad, probablemente la fe... Primero, me uniría a la petición de perdón que ya ha hecho el Papa en nombre de toda la Iglesia y después les rogaría que no se dejen robar también la juventud, la esperanza de un amor puro e incondicional.
Han sido muchos los jóvenes que sin haber sido víctimas de abusos se han alejado de la Iglesia dolidos por lo que ven. ¿Qué le dirías a ellos?
Siempre es necesario tener una perspectiva mayor para juzgar las cosas. La Iglesia no son solo los errores de algunos, por muy graves que estos sean. A estas personas les diría: intentemos profundizar y ver no solo la parte dañada, el dolor, sino también esos otros aspectos luminosos que hay en la Iglesia. Entiendo que en Chile hay que pedir un gran esfuerzo, pero de verdad invitaría a que lo hagamos. Miremos a aquellas personas que habiendo atravesado momentos de dolor, personas que han sido abusadas, han sido capaces de perdonar y de mantener su fe muy firme.
¿No le parece que la cultura actual promueve una serie de valores que nada o poco tienen que ver con lo que enseña la Iglesia?
Evidente que hay un cierto contraste, pero quizás tengo una visión más optimista que la suya. Me parece que la juventud de nuestra época tiene a flor de piel valores como la solidaridad, la generosidad, el cuidado del planeta, pensado para todos, sin exclusiones. Son varias banderas que tendrán que profundizar más y saber traducirlas en prácticas culturales correctas, genuinas, transformadoras. Tengo mucha fe en los jóvenes de hoy.
“Hombres y mujeres vamos a la par”
En ese cuadro, han sido sacerdotes, obispos y cardenales —todos varones— los principales implicados. ¿Qué papel le asigna a la mujer frente a este escenario de renovación? ¿Puede seguir la Iglesia prescindiendo del carisma femenino para restaurar la confianza perdida?
En la Iglesia, tanto hombres como mujeres somos hijos falibles y fallidos, necesitados de reparación continua; culpabilizarnos mutuamente y levantar nuevos muros solo lleva a callejones sin salida. En un escenario de restauración, hombres y mujeres somos co-protagonistas y todo empieza por la decisión personal de renovar la propia vida. En estos momentos, las mujeres pueden acelerar el camino hacia la verdad, impulsando los procesos de denuncia y aclaración de supuestos hechos delictivos, buscando justicia. Al mismo tiempo, están muy capacitadas para mantener la mirada atenta y misericordiosa.
Usted misma forma parte del gobierno superior de una institución de Iglesia, como lo es la Prelatura del Opus Dei. ¿Qué papel cumple efectivamente la mujer en su organización?
En el Opus Dei, hombres y mujeres vamos a la par —tenemos el mismo fin y los mismos medios—, pero cada uno lo realiza según sus características peculiares. En el gobierno, el prelado del Opus Dei está asistido por dos consejos paralelos: uno formado por hombres y otro por mujeres, con análoga capacidad decisional y de asesoramiento. Lo que se pide a cada uno es que sepa aportar con responsabilidad y profesionalidad, ideas, proyectos, procesos, etc., que faciliten la extensión de todo este apostolado.
Los movimientos feministas reivindican un papel mucho más protagónico de las mujeres para la vida en sociedad. ¿En qué aspectos coincide y en cuáles discrepa de estas organizaciones?
Como ciudadana y como cristiana del siglo XXI, celebro muchas de las conquistas de movimientos feministas a partir de inicios del siglo pasado: el derecho a voto, el acceso a la educación, la verdadera mayoría de edad de la mujer en la sociedad... Espero que las mujeres sigamos llegando a nuevos espacios en la vida social y aspiro a que hombres y mujeres juntos iniciemos procesos de transformación en las políticas públicas sobre familia y trabajo, en los ámbitos profesionales, en la vida familiar. No sintonizo plenamente, sin embargo, con quienes pretenden encumbrar a la mujer con una lógica exclusiva de poder, pisoteando a quienes no compartan su visión. La mujer, para afirmarse, no necesita negar al hombre; se afirma por sí misma, mientras afirma al mismo tiempo al varón.
Caso de abuso en Chile
En Chile, al menos, se vincula al Opus Dei con sectores de la élite empresarial y social. Incluso, políticamente hay quienes le identifican con la derecha. ¿Por qué cree que sucede aquello?
El Opus Dei viene a continuar la misión de Cristo, en su Iglesia y, por lo tanto, como a Él, de cien almas nos interesan las cien, sin distinciones. San Josemaría transmitió a los fieles de la Obra el deseo de trabajar con todos. El desafío no es fácil, y seguramente no siempre lo sabremos hacer bien, pero me consta que en Chile, desde Arica a Punta Arenas, hay personas de todas las clases y condiciones, que encuentran en la Obra fuerza, estímulo y apoyo.
El Opus Dei no ha estado exento de acusaciones de abusos por parte de sacerdotes. De hecho, en Chile hay un caso que se investiga. ¿Cuáles han sido los criterios generales con que se han abordado estas situaciones?
Como usted apunta, en el Opus Dei no somos inmunes a este flagelo: hay dos procesos en la Santa Sede. Pedimos a Dios consuelo para las víctimas y, ante denuncias hay que ponerse inmediatamente a trabajar para llegar al pleno esclarecimiento de los hechos denunciados, para que se haga justicia, y para establecer todo lo necesario, de modo que nunca más vuelva a suceder algo así. Desde un punto de vista práctico, esta prelatura siempre ha sido especialmente cuidadosa en estas materias, pero desde 2013 cuenta con un protocolo de protección del menor y con líneas de actuación en caso de denuncias. Consideramos muy importante facilitar la escucha con canales claros de denuncia (por ejemplo, a través de la página web); promover una investigación rigurosa; acompañar a la persona afectada, y reparar lo que sea necesario. Además, mientras los hechos no se demuestren ciertos, es imprescindible sostener también, ayudando a una total sinceridad, a quien ha sido denunciado.
¿Y estos instrumentos han sido eficaces?
Es esperanzador ver que en países como Irlanda o Estados Unidos, donde ya hace años que la Iglesia se impuso protocolos muy exigentes de protección de menores y de gestión de denuncias, los casos se han reducido prácticamente a cero en los últimos 5 años.
Respecto del caso que se denunció en Santiago, ¿se conocerán pronto conclusiones?
Las denuncias recibidas provocaron un inmenso dolor, y el vicario regional de Chile manifestó enseguida su deseo de trabajar para llegar al pleno esclarecimiento de los hechos. Creo que esa mezcla de diligencia y transparencia le hizo bien a todos. Como sabe, el caso está ahora en estudio, en la Santa Sede, y seguimos a la espera de las conclusiones.

jueves, julio 25, 2019

Carta al apóstol Santiago.
























carta de 2007


Querido Santiago, ya no sé si eres apóstol de España. Ya no es fiesta aquí, sólo en la comunidad autónoma de Galicia y algún otro sitio. A esto ya no le llaman España, dicen que son 17 comunidades autónomas unidas por el Corte inglés, que son unos comercios muy eficaces. Podrías comprar una túnica a precio de saldo en las rebajas del Corte inglés. Este es un país laico, multicultural, progre. Todavía hay rey que te hace la ofrenda, pero sin gran entusiasmo. Vive todavía un tal Fraga que debe ser de tu época. Hoy recé en la capilla de la Virgen del Pilar, que se te apareció en carne mortal para animarte con los españoles aragoneses que eran muy cabezotas. Esto está lleno de moros y musulmanes y no es políticamente correcto llamarte Santiago Matamoros. Tú verás que haces pero es urgente que hagas algo. Santiago y cierra España, se decía : ciérrala de los burócratas de Europa que han puesto su centro en Bruselas, de los que matan niños no nacidos, de los que piensan que este país nació en la II República, o en 1978 o en el 2004, de los nacionalismos excluyentes (algunos andan sin luz estos días y otros andan poniendo bombas en el Tour), ciérrala de los mercaderes y de los políticos mentirosos. Viva santiago, viva.

miércoles, julio 17, 2019

El Prelado en USA.



Vídeo del prelado en Nueva York

Mons. Fernando Ocáriz prosigue su visita pastoral en los Estados Unidos. Tras unos días en Nueva York, viajó a Chicago. “Nuestra oración puede llegar a todos los rincones del mundo”, dijo en su primera tertulia.
DEL PRELADO

Sábado, 13 de julio (Chicago)
Durante su primer día en Chicago, el prelado acudió a la Academia Willows para tener una tertulia con mujeres que asisten a los medios de formación cristiana que ofrece el Opus Dei. Las asistentes provenían de diversos estados del Medio Oeste: Minnesota, Missouri, Wisconsin, Indiana, Kansas, Iowa, Michigan y Colorado.
María contó que sus padres impulsaron los comienzos de la Academia Willows, un colegio cuya atención pastoral está encomendada a sacerdotes del Opus Dei. En su intervención, recordó a don José Luis Múzquiz (Fr Joe Muzquiz), el sacerdote a quien hace 70 años san Josemaría pidió comenzar la labor apostólica del Opus Dei en Chicago. “¿Cómo podemos llevar a cabo ‘la revolución’ del mensaje cristiano como hizo father Joseph?”, preguntó María.
El prelado respondió que la revolución más importante “es la revolución de cada día, la que hace cada uno en su propia vida. Una revolución significa dar la vuelta, es decir, volver de nuevo, volver a Cristo. Esta es la gran revolución que podemos llevar a cabo cada día, y que requiere una revolución constante”.
Más adelante, exhortó a las presentes a confiar en la fuerza de Dios ante las dificultades, especialmente las que afronta hoy la Iglesia. “No debemos ceder al pesimismo cuando vemos dificultades, confusión o problemas. La Iglesia está formada por personas débiles. Nosotros mismos somos débiles. Pero la Iglesia es, sobre todo, la fuerza de Dios. La Iglesia es Jesucristo, presente en su Palabra y en los sacramentos, presente con toda su fuerza salvífica”.
Maripaz, madre de familia, pidió al prelado que hablase sobre la importancia del trabajo del hogar. “Una manera muy directa de entender la importancia del trabajo en el hogar –respondió Mons. Ocáriz– es pensar en la Virgen. La criatura más grande, la madre de Dios, ¿qué hizo durante toda su vida? Cuidó de la casa de José y de Jesús. Humanamente hablando es necesario un ambiente de familia, un lugar en el que todos se sientan a gusto. Esto permite que cada persona crezca, mejore. Es algo que no sólo hace la vida agradable, sino que forma. Y forma también en el ámbito espiritual, porque lo material y lo espiritual están estrechamente unidos”.
Peitong, estudiante de Ciencias políticas de la Universidad de Chicago, preguntó sobre el papel de los jóvenes en la nueva evangelización, ya que le encantaría ayudar a sus amigos de China continental a glorificar a Dios a través del trabajo y de las amistades. “Para colaborar en la evangelización, debemos tener un espíritu universal. Siempre podemos rezar por el mundo entero: nuestra oración puede llegar a todos los rincones del mundo”, comentó Mons. Ocáriz.

Jueves, 11 de julio (Nueva York)
Este año se celebra el 70 aniversario del comienzo del trabajo apostólico del Opus Dei en los Estados Unidos (1949). “En este gran país –dijo el prelado en el primer encuentro del jueves– se ha hecho ya tanto, aunque estamos realmente en los comienzos. Podemos pensar que llevamos ya mucho tiempo en Estados Unidos y que la Obra se fundó hace ya noventa años... Pero, para la Historia, noventa años es el inicio de los inicios”.
Mons. Ocáriz explicó que “ante la realidad de la misión apostólica de poner al Señor en la cumbre, se puede pensar: ‘Sí, es algo maravilloso, una empresa entusiasmante, pero yo tengo tantas limitaciones, tantas dificultades personales…’. A lo que se suman las crisis en el mundo, en la misma Iglesia, que atraviesa muchas dificultades. Pero todo eso no puede ser nunca ocasión de desaliento. El Señor cuenta con nosotros para hacer mucho bien tal y como somos, con nuestras limitaciones”.
Uno de los presentes, Sharif, compartió su impresión sobre la dificultad para el compromiso que ve en muchas personas. “Cuando la libertad no se empeña en un compromiso significativo, la persona vive a merced de los vientos, a merced de sus sentimientos. En lugar de guiarse por la inteligencia y por la propia libertad, se guía por afectos que varían según las circunstancias”, comentó el prelado.
Otro de los asistentes preguntó cómo forjar amistades verdaderas en el trabajo, donde las relaciones pueden nacer a veces por intereses prácticos. “En primer lugar con la oración. Reza por tus colegas. Luego, busca oportunidades para realizar pequeños actos de servicio, pero no como una táctica, sino porque realmente quieres ayudarles. Verán que tu actitud es diferente, sincera, que de verdad les quieres servir. De ese modo, podrás romper barreras y surgirán conversaciones más profundas”.
Los asistentes rezaron juntos por el Papa Francisco. “Sobre sus hombros lleva un peso considerable –dijo el prelado– y cuando habla con la gente, o cuando escribe cartas, termina diciendo: ‘Reza por mí, reza por mí’. Tiene mucha fe en la oración, y nosotros también debemos tener esa fe”.
Por la tarde, Mons. Ocáriz participó en una tertulia con un grupo numeroso de mujeres. Uno de los temas principales de la conversación fue la alegría. “Tenemos la obligación de ser felices. Cuando no seamos felices, no podemos esperar a que la alegría vuelva por sí sola: tendremos que buscarla. Por eso, necesitaremos ir a la fuente de la felicidad, que es el Señor. De ese modo, podremos también hacer la vida agradable a los demás. Estando alegres, podremos hacer apostolado”, les dijo
Varias preguntas que se le hicieron durante la tertulia abordaron el tema del misterio del sufrimiento. Mons. Ocáriz señaló la posibilidad, aparentemente contradictoria, de experimentar la alegría en medio del dolor. “Esto es posible cuando sabemos por la fe que incluso el sufrimiento, cuando llega, es un instrumento para colaborar con Jesucristo en la redención del mundo. Aunque Dios no quite el sufrimiento, podemos tener la alegría de saber que tiene un valor positivo muy grande cuando se une a la cruz de Nuestro Señor”.
Miércoles 10 de julio
Mons. Ocáriz visitó la iglesia de Saint Agnes, en las inmediaciones de la Grand Central Terminal de Manhattan (New York). En 2016, el cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, encomendó a los sacerdotes del Opus Dei la atención pastoral de este templo.
A continuación, el prelado acudió a la Zona Cero y rezó en silencio durante unos minutos en el monumento que recuerda a los 2.983 fallecidos en los atentados del 2001.
Por la tarde se reunió con unas 250 jóvenes que asisten a actividades de formación cristiana en distintos centros del Opus Dei. “No consideréis la formación cristiana que recibís como algo exclusivo para vosotras, para vuestro enriquecimiento personal. Esa formación os ayudará a transmitir, dondequiera que estéis, el espíritu cristiano. Todos los cristianos estamos llamados a ser apóstoles en nuestra vida cotidiana, especialmente entre nuestros amigos, transmitiendo la alegría de haber encontrado y seguido a Cristo más de cerca. En última instancia, toda la formación cristiana que recibimos tiene como objetivo ayudarnos a asemejarnos más a Cristo, a tener sus mismos sentimientos, su manera de mirar al mundo y a las personas”, dijo el prelado.
Colleen, una estudiante de Virginia Tech, explicó que, a veces, el estilo de vida de quien trata de vivir el Evangelio choca con el ambiente. “Toda la fuerza que necesitamos para poder hablar de manera convincente se encuentra en la Eucaristía y en la oración. Necesitamos preguntarle a nuestro Señor cómo enfrentarnos a esas situaciones. Al final, cuando nos esforzamos por crear auténticas amistades, ese miedo a hablar de ciertos temas desaparece", afirmó el prelado.
Un selfie con algunas de las jóvenes que frecuentan los medios de formación cristiana.Un selfie con algunas de las jóvenes que frecuentan los medios de formación cristiana.

Otra joven pidió consejo sobre cómo explicar a sus amigos que Dios es mucho más que un Juez. "Una manera más profunda de explicarlo –respondió Mons. Ocáriz– es señalando a Cristo en la Cruz. Necesitamos darnos cuenta de que Dios es de tal manera nuestro Padre que entregó a su único Hijo para que muriera por nosotros en la Cruz. El hecho de que quisiera hacer eso es un poco misterioso, pero es el misterio del inmenso amor de Dios por nosotros. Cuando las cosas se ponen difíciles y tenemos la tentación de pensar: ¿Cómo es posible que Dios, que es mi Padre, permita esto?, necesitamos mirar a la Cruz, y hacer un acto de fe en el amor de Dios que Él hizo tan visible en la Cruz de Cristo”.
Al finalizar ese encuentro, le entregaron al prelado una colecta que habían realizado para las múltiples necesidades de los venezolanos.
Martes 9 de julio
El prelado se reunió en New York con unos 200 jóvenes de diferentes ciudades de la costa Este de los Estados Unidos. Monseñor Ocáriz les animó a ser buenos amigos, con una amistad profunda y sincera, desde la que es natural compartir también el amor que se tiene por Cristo. "Lo más importante –comentó el prelado-, es la preocupación que todos debemos tener por ayudar a los demás y por dejarnos ayudar".
En su respuesta a un estudiante de Ingeniería en Princeton, que se está especializando en Inteligencia Artificial, Mons. Ocáriz resaltó de nuevo la amistad como vía para hablar de Dios en un ambiente donde la actitud hacia la fe resulta, a menudo, escéptica. "¿Qué puedes hacer para hablar de Dios en ese ambiente? En general, no se trata de hablar con muchas personas al mismo tiempo, sino de hacer verdaderas amistades con los demás. A través de la amistad, es fácil transmitir lo que sientes, lo que piensas…, pero no con el tono de quien quiere convencer a sus amigos, sino simplemente transmitiendo, a través de la amistad, lo que tienes dentro: lo que tiene valor para ti, lo que te da alegría, lo que te da serenidad, lo que implica la seguridad de contar con la ayuda constante de Dios en tu vida", afirmó Mons. Ocáriz.
El prelado subrayó también la importancia de rezar por el Papa y de estar unidos a él. "Reza mucho por el Papa", dijo a uno de los muchachos. "El Papa tiene, como podéis imaginar, un gran peso sobre sus hombros, y muchos desafíos que afrontar. También hay muchas dificultades dentro de la Iglesia, pero no debemos desanimarnos cuando vemos esos problemas porque, como decía san Josemaría, la Iglesia es fundamentalmente Jesucristo. Tenemos que rezar mucho por el Papa porque tiene un trabajo enorme, una gran responsabilidad, y cuenta mucho con la oración de todos".
Tras el encuentro con los jóvenes, el prelado fue recibido por el cardenal Timothy Dolan, arzobispo de New York, en la residencia arzobispal. Charlaron durante una hora y, a continuación, visitaron juntos la catedral para rezar en la capilla del Santísimo Sacramento y en la Lady Chapel, dedicada a la Santísima Virgen.
Lunes 8 de julio
El lunes, el prelado del Opus Dei visitó el campus de Nueva York de la IESE Business School. Mons. Ocáriz es gran canciller de la Universidad de Navarra, de la que forma parte la IESE Business School. Esta ha sido su primera visita al campus, que abrió sus puertas en 2009. Le recibió el director en la sede de los Estados Unidos, Eric Weber. Tras pasar por el oratorio, pudo conocer las instalaciones y saludar a una representación de quienes allí trabajan, como los matrimonios Luis y Mariana o Nina y Gerard.
El prelado participó en un acto académico organizado por el Witherspoon Institute, un centro de investigación cuya finalidad es comprender mejor los fundamentos morales de las sociedades democráticas.
Entre los participantes estaban, Robert George, professor de Filosofía Política, R. R. Reno, editor de First Things, y April Readlinger, directora ejecutiva de CanaVox. Las palabras iniciales fueron de Russel J. Snell, director del Center on the University and Intellectual Life del Witherspoon Institute, quien habló sobre los cambios culturales que afrontan actualmente los jóvenes.
En esta línea, la intervención del prelado y el debate posterior se centró en la necesidad de comprender el amor, que a veces queda reducido a puro sentimentalismo. Mons. Ocáriz dijo que la libertad es comprendida completamente cuando surge del verdadero amor. El amor no es solamente sentimientos, sino que pasa por desear el bien del otro. Si amar es simplemente disfrutar usando a la otra persona, se convierte en una especie de egoísmo. Educar en la libertad, dijo, es muy importante para el crecimiento de la gente joven.
Domingo, 7 de julio
El prelado aterrizó en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York a primera hora de la tarde.
Le recibieron, entre otros, el vicario del Opus Dei en Estados Unidos, monseñor Thomas G. Bohlin, y algunas familias. Patricia y Thomas White acudieron a saludarle con sus cinco niños. Los pequeños mostraron al prelado una pancarta que habían pintado junto con su madre en la que decían: “Padre, Welcome to the USA.”

domingo, julio 07, 2019

El IESE y la empresa.




El IESE y la función de la empresa en la sociedad

“La empresa es una comunidad de personas que sirve a otras personas dentro de una sociedad de personas. Solo después de considerar esto tienen cabida los capitales, las instalaciones, la tecnología y las realidades jurídicas”. Así lo ha recordado el Gran Canciller de la Universidad de Navarra, Mons. Fernando Ocáriz, durante su visita hoy al campus del IESE en Barcelona para participar en el congreso académico “La empresa y sus responsabilidades sociales”, que conmemora los 60 años del IESE.
CONFERENCIAS
Opus Dei - El IESE y la función de la empresa en la sociedad



Participar en este Congreso, que cierra los actos de celebración del sexagésimo aniversario del IESE, es ante todo para mí motivo de alegría y ocasión de manifestar, una vez más, mi agradecimiento a san Josemaría Escrivá de Balaguer, que fue instrumento de Dios para promover esta iniciativa. Mi agradecimiento va también a todas las personas que han contribuido en el pasado y contribuís ahora a hacer de aquella iniciativa una Escuela con prestigio e impacto, que son una prueba del servicio que presta a la sociedad.
Al felicitar hoy al IESE, extiendo mi felicitación también a todas las Escuelas que siguen su ejemplo, llevando sus mensajes por todo el mundo, cada una con las peculiaridades que sugiere su entorno geográfico y social, y con la configuración que, libre y responsablemente, le dieron sus fundadores y le siguen dando hoy sus directivos, profesores y empleados, una representación de los cuales nos acompañáis hoy. Me uno de un modo especial a unas palabras que transmitió al IESE el anterior Prelado del Opus Dei, Monseñor Javier Echevarría, refiriéndose al trabajo que se realiza en el IESE y en los centros inspirados en el modo de hacer del IESE: "Se ha demostrado y se demuestra una tarea muy necesaria en el actual contexto histórico, y lo será siempre. Porque también en este sector de la actividad profesional, los cristianos han de ser y comportarse como sal de la tierra y luz del mundo (cfr. Mt 5, 13-14)”[1].
Los orígenes del IESE
Sesenta años son ya una edad considerable, también para una institución académica que tiene vocación de permanencia, que es algo muy distinto de la repetición monótona de las mismas cosas a lo largo del tiempo. Desde aquel primer programa de formación de directivos que comenzó en noviembre de 1958, el IESE ha experimentado notables cambios. Algunos se aprecian en sus edificios y en los recursos materiales, en la estructura, en las personas, en las estrategias y en las políticas, y se han traducido en resultados de mejora profesional, humana y social para los miles de mujeres y hombres que han pasado por sus aulas y se han beneficiado de la huella profunda y fecunda que el IESE ha dejado en la sociedad.
Lo que movió al fundador del Opus Dei a promover la creación del IESE fue, precisamente, el deseo de dejar esa huella en la sociedad. El profesor Francisco Ponz, que fue Rector de la Universidad de Navarra y que vivió en Barcelona en los años cuarenta, contaba que en sus viajes a Barcelona en aquellos años san Josemaría "comentó alguna vez el interés apostólico de mejorar la formación y la vida cristiana de tantas personas que en Cataluña se ocupaban de dirigir empresas de todo tipo(…). Hacía ver la trascendencia espiritual y social que tendría el que quienes tenían la responsabilidad en la promoción, dirección y desarrollo de empresas fueran cristianos ejemplares y actuaran en todo conforme a su fe, con buen criterio profesional y cristiano, de acuerdo con las enseñanzas y los principios morales de la Iglesia, con espíritu de servicio hacia sus empleados y obreros y hacia la sociedad en general, sin dejarse arrastrar por ambiciones meramente humanas, por el simple anhelo de un enriquecimiento material”[2].
He querido recoger esta larga cita, porque sirve muy bien para introducir el tema que me ha sido propuesto desarrollar aquí: El IESE y la función de la empresa en la sociedad. Lógicamente, no voy a tratar aspectos técnicos de este tema, que no son de mi competencia y en los que vosotros sois los expertos. Quiero hacer, en cambio, algunas reflexiones, como Gran Canciller de la Universidad de Navarra, al hilo de la Doctrina Social de la Iglesia, de acuerdo con la declaración de misión del IESE: formar “líderes que se esfuerzan por tener un impacto profundo, positivo y duradero en las personas, las empresas y la sociedad a través de la excelencia profesional, la integridad y un espíritu de servicio”[3].
La empresa
Ya desde los orígenes de la Escuela, su misión concebía a la empresa no solo como un capital que trata de generar un rendimiento, ni como unas instalaciones que dan trabajo a unas personas, ni siquiera como un proyecto que presta servicios a los consumidores y a los trabajadores, sino sobre todo como una comunidad de personas, anticipándose de alguna manera al Concilio Vaticano II que, al fundamentar toda la actividad económica en la centralidad de la persona humana, afirmaba que “en las empresas económicas son personas las que se asocian, es decir, hombres libres y autónomos, creados a imagen de Dios” (Gaudium et spes, n. 68). Unos años después, san Juan Pablo II explicaba en la Encíclica Centesimus annus que la “finalidad de la empresa no es simplemente la producción de beneficios, sino más bien la existencia misma de la empresa como comunidad de hombres que, de diversas maneras, buscan la satisfacción de sus necesidades fundamentales y constituyen un grupo particular al servicio de la sociedad entera” (n. 35).
La empresa es, pues, una expresión de la sociabilidad de la persona, que necesita la relación con otras personas para satisfacer sus necesidades materiales y espirituales, para dar sentido a su trabajo, para prestar un servicio a los demás y a la sociedad y, en definitiva, para conocerse a sí misma y alcanzar así su plenitud como persona y como hijo de Dios. Con palabras de Benedicto XVI, “la criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal. El hombre se valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios” (Caritas in veritate, n. 53). Como dice un reciente documento de la Santa Sede, “toda empresa es una importante red de relaciones”[4]: relaciones, en primer lugar, orientadas hacia adentro, hacia la intimidad de la organización, y luego volcadas hacia el exterior, hacia los clientes, proveedores, inversores y la sociedad en general. La empresa es una comunidad de personas que sirve a otras personas dentro de una sociedad de personas; solo después de considerar esto tienen cabida los capitales, las instalaciones, la tecnología y las realidades jurídicas.
De aquella sociabilidad y carácter relacional se deriva la misión externa de la empresa: la satisfacción de necesidades de otras personas, primero mediante la producción de bienes y servicios, pero también de otras muchas maneras, como la innovación y la creatividad, el desarrollo de una cultura de trabajo y servicio, el cumplimiento de los deberes fiscales y sociales, el ejemplo de una dedicación al servicio y tantos otros, que muestran que la empresa es, en definitiva, una gran transformadora de la sociedad, para bien, o para mal.
La función de la empresa pasa, pues, por la libertad y la capacidad creativa de las personas, de sus propietarios y directivos primero, pero también de todos los hombres y mujeres que se unen para sacarla adelante como empleados, proveedores, distribuidores y colaboradores externos. Porque esa función social no se agota en el acto creador, sino que continúa en todas las actividades diarias, en el trabajo, alegre y variado unas veces, monótono y pesado otras, en el esfuerzo continuado y en el ejercicio de las virtudes necesarias para que todo eso se haga realidad cada día.
El trabajo humano
Es evidente que la empresa es un ámbito privilegiado para el ejercicio del trabajo humano. Ciertamente no es el único ámbito donde está presente, porque el trabajo llena también las variadas tareas del hogar, de la política, de las administraciones públicas, de la educación y de tantas organizaciones benéficas y sociales.
Con razón afirmaba san Juan Pablo II que “el principal recurso del hombre es, junto con la tierra, el hombre mismo” (Centesimus annus, n. 32). Esta es una afirmación audaz, que choca con muchas propuestas actuales, quizá bien intencionadas, pero equivocadas o, al menos, incompletas. Unas ponen el acento en la técnica, en la organización, en la eficiencia, en el dinero o en el poder; otras, en cambio, miran con recelo al ser humano como un depredador que pone en peligro la supervivencia de nuestro mundo.
Por el contrario, el Concilio Vaticano II afirma que “la actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre. Pues este con su acción no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende. Tal superación, rectamente entendida, es más importante que las riquezas exteriores que puedan acumularse. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Asimismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos. Pues dichos progresos pueden ofrecer, como si dijéramos, el material para la promoción humana, pero por sí solos no pueden llevarla a cabo” (Ibid., n. 35).
La función de la empresa en la sociedad, hay que buscarla en el servicio a la persona, que es a la vez el destinatario, el promotor, el creador y el realizador de todo lo que llevan a cabo nuestras organizaciones. Porque, al mismo tiempo que la persona domina la naturaleza, fabrica cosas y genera riqueza, se hace a sí misma: se realiza y se desarrolla. De nuevo, tenemos aquí todos los componentes de la función social de las empresas: las personas, el propósito u objetivo que las mueve, la dirección del proyecto, y la inserción en el amplio ámbito de la sociedad en la que participan, a la que sirven, de cuyos recursos se nutren y a cuya prosperidad contribuyen. Al considerar el valor central del trabajo de esa persona que es, a su vez, el centro de la empresa y del mercado, san Josemaría proponía descender desde las alturas de la organización hasta la realidad cotidiana de la tarea profesional, para proponer sus tres dimensiones fundamentales: santificar el trabajo, santificarnos en el trabajo y santificar a los demás con el trabajo (cf. Es Cristo que pasa, n. 45).
“Si queremos de veras santificar el trabajo”, nos decía, “hay que cumplir ineludiblemente la primera condición: trabajar, ¡y trabajar bien!, con seriedad humana y sobrenatural” (Forja, n. 698). Me parece estar oyendo su voz cuando nos decía: “¡Desentierra ese talento! Hazlo productivo: (…) no importa que el resultado no sea en la tierra una maravilla que los hombres puedan admirar. Lo esencial es entregar todo lo que somos y poseemos, procurar que el talento rinda, y empeñarnos continuamente en producir buen fruto” (Amigos de Dios, n. 47).
La empresa, una realidad positiva
Estas palabras devuelven nuestra atención a esa comunidad de personas que es la empresa. Todos los que acuden cada día a una de ellas lo hacen movidos por motivaciones muy diversas, de las que, a menudo, no son del todo conscientes: tratan de ganarse la vida y sacar adelante a su familia, desean experimentar satisfacciones personales, aprender conocimientos y desarrollar capacidades, disfrutar de oportunidades de carrera, hacer amigos, ayudar a otros, sentirse útiles, colaborar al progreso de la sociedad… Algunas de esas finalidades están incluidas en el contrato laboral, pero otras muchas no. En todo caso, en los puestos de trabajo se produce cada día un continuo trasvase de prestaciones. Se recibe mucho, no solo un salario, una felicitación por el desempeño o unas posibilidades de promoción, sino también conocimientos, capacidades, relaciones, amistades… Y, al mismo tiempo, se da mucho: tiempo, esfuerzo, atención, ilusión, conocimientos, experiencias… Todo eso se da a la empresa y a sus propietarios, pero también a los demás directivos y empleados, a los clientes, proveedores y distribuidores, a la comunidad próxima, a las propias familias y a la sociedad en general… y se recibe todo de ellos. Se dan bienes privados, pero también bienes comunes, que forman parte del bien común de la empresa con la que esta contribuye al bien común de la sociedad, y se reciben bienes privados y comunes, bienes que se crean entre todos, y de los que todos se benefician.
De modo que hasta los más egoístas, que quizás concibieron su trabajo exclusivamente como un medio para satisfacer sus intereses personales, acaban sirviendo a los clientes, ayudando a sus colegas, esforzándose por mejorar el rendimiento de los talentos que Dios les dio… Pero lo importante no son los resultados, sino, sobre todo, el cambio que experimenta cada uno en sí mismo. La empresa es, sin duda, una gran transformadora de personas, como mencionaba antes: para bien, o para mal.
San Juan Pablo II decía que la empresa se configura como una comunidad de personas que participan de un mismo propósito, que es “la existencia misma de la empresa como comunidad de hombres” que se unen para dar un servicio a la sociedad (Centesimus annus, n. 35). Y los bienes que se generan en esa comunidad humana no son solo los propios de unas relaciones mercantiles, sino que, como sugería Benedicto XVI, “el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria” (Caritas in veritate, n. 36).
Podría parecer que esta es una visión utópica, que las empresas no tienen hoy buena prensa y que los medios de comunicación nos recuerdan cada día sus errores. Hay, desde luego, razones para esa visión pesimista, porque conocemos bien las debilidades y errores de que somos capaces los seres humanos. Pero esta no es la última palabra.
San Josemaría, que conocía muy bien ese ambiente, cuando visitó el IESE en noviembre de 1972 y se reunió con los profesores y el personal, los alumnos y antiguos alumnos, ¿qué les dijo? “A los que tengáis que manejar cuartos, os miran con recelo. Yo no (…) A vosotros os debe la sociedad esa cantidad de puestos de trabajo que creáis. El país os debe la prosperidad. A vosotros os deben, tantas gentes, esta promoción de la vida nacional. Hacéis, por tanto, una labor muy cristiana… Me encanta vuestro trabajo, vuestras tareas, (…) Hijos míos, vuestros negocios están metidos en el Evangelio. El Señor os mira con cariño (…) Yo también os miro a todos con un afecto especial”.
Pero aquella conversación no terminó con esos elogios a los empresarios y directivos, sino que les recordó sus deberes: “No olvidéis -añadía san Josemaría- el sentido cristiano de la vida. No os gocéis de vuestros éxitos. No os sintáis como desesperados si alguna cosa fracasa”, les decía. O sea, les recordaba que es legítimo tratar de conseguir un rendimiento satisfactorio para el capital, pero evitando siempre la tentación de buscar el dinero, el poder y el éxito personal por encima de todo.
Cuando, en aquella reunión de 1972, un antiguo alumno preguntó a san Josemaría cuál es la primera virtud que ha de esforzarse en adquirir un empresario, respondió inmediatamente, como algo que tenía muy asumido: “La caridad, porque con la justicia sola no se llega (…) La justicia sola es una cosa seca; quedan muchos espacios sin llenar”. Y añadió; “pero no hables de la caridad: ¡vívela!”. Unos años después, Benedicto XVI, en la Encíclica Caritas in veritate, se expresaba así: “La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo ‘mío’ al otro; pero nunca carece de justicia (…) No puedo ‘dar’ al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde a él(…) la caridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón” (n. 6).
Ahora es probable que el lenguaje en el mundo de los negocios sea distinto: la justicia y la caridad han dado paso a la responsabilidad social, la solidaridad y la sostenibilidad. Pero el cambio en la terminología no debe ocultar la realidad. A veces las ideologías y los medios de comunicación quieren presentarnos la moral cristiana como un conjunto de prohibiciones, de cargas, de obligaciones, que acaban ahogándonos. O como algo privado, que cada uno puede vivir en su casa con la puerta cerrada, pero que no debe salir a la calle, porque no tiene cabida en los debates públicos. O se presentan los problemas económicos como algo meramente técnico, al que bastan las soluciones técnicas, sin tener que despertar la conciencia de las personas.
Ahora bien: si la empresa es una comunidad de personas, no es válido juzgarla solo por una parte de sus resultados, solo por aquellos que tienen una dimensión económica, en términos de beneficios, rentabilidad, eficiencia o cuota de mercado. Las personas, lo hemos recordado antes, han de ser protagonistas y destinatarios de las acciones que tienen lugar en las empresas. Hay que considerar ese protagonismo, no en tercera, sino en primera persona, porque nosotros, todos y cada uno de nosotros, tenemos un papel que llevar a cabo en la vida diaria.
Escuchemos de nuevo a san Josemaría: “Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir” (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 114).
Ese "algo santo, divino escondido en las situaciones más comunes" es, en su realidad más íntima, el amor de Dios, que nos precede, nos acompaña y nos sigue siempre; es Dios mismo, porque "Dios es amor" (Jn 4, 8). Esa llamada a descubrir en todo el amor de Dios y corresponder a ese amor es, en definitiva, la vocación universal a la santidad, que Dios le había hecho ver en 1928, cuando inspiró el Opus Dei. Él quería que llegase a todos aquel mensaje de san Pablo: “esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (I Tes., 4,3), y esto en el trabajo, en la vida ordinaria, porque “estando plenamente metido en su trabajo ordinario, entre los demás hombres, sus iguales, atareado, ocupado, en tensión -concluía san Josemaría-, el cristiano ha de estar al mismo tiempo metido totalmente en Dios” (Es Cristo que pasa, n. 65); “solo así podemos emprender esa tarea grande, inmensa, interminable: santificar desde dentro todas las estructuras temporales, llevando allí todo el fermento de la Redención” (Ibid.,183).
Os habréis dado cuenta de que todas estas consideraciones han ido cambiando de nivel. Empezaban tratando de motivaciones económicas, extrínsecas; pasaron luego a otras intrínsecas y sociales, y después se han referido a una dimensión trascendente, que se orienta a los demás y, finalmente, a Dios.
Quizá en los trabajos profesionales los pasos van dirigidos a cumplir con lo previsto en el contrato laboral, para tener derecho a la remuneración concordada, pero pronto se descubre que el trabajo cambia por dentro, genera conocimientos y capacidades, adquiere un nuevo sentido… y se descubre el servicio a los demás, la colaboración en tareas comunes, la conciencia de formar parte de una realidad superior, que, efectivamente, abre nuevos horizontes… hasta llegar a Dios, como fin de nuestra vida.
Vuelvo a otras palabras de san Josemaría, en una homilía que pronunció el 8 de octubre de 1967 en el campus de la Universidad de Navarra: “No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo” (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 114).
El directivo cristiano
Pero volvamos de nuevo a esa comunidad de personas que es la empresa, a la que acabamos de presentar como transformadora de la sociedad, porque es transformadora de las personas. Ahora quiero referirme brevemente a vosotros, los alumnos y antiguos alumnos que dirigís esas organizaciones, y los profesores y el personal de las Escuelas, cuya tarea principal es formar y desarrollar las capacidades, conocimientos y virtudes de los que las dirigen esas empresas.
Tomaré como punto de partida unas palabras del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que dice así: “El papel del empresario y del dirigente revisten una importancia central desde el punto de vista social, porque se sitúan en el corazón de la red de vínculos técnicos, comerciales, financieros y culturales, que caracterizan la moderna realidad de la empresa” (n. 344). A primera vista, parece que se trata de un enfoque eminentemente técnico, pero inmediatamente invoca la responsabilidad de esas personas y, especialmente, el cuidado de las personas. El Papa Francisco lo expresa de manera más directa: “La vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida; esto es que le permite servir verdaderamente al bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo” (Evangelii gaudium, n. 203).
¿Cuál es la principal tarea del directivo de una empresa? Perdonad que me inmiscuya en lo que es vuestra tarea. Ciertamente esa tarea es la de convocar, formar, orientar, exigir, animar, cuidar y, en ocasiones, sanar a ese equipo humano que es el que llevará adelante las actividades de la empresa. Naturalmente, una sola persona no puede hacerse cargo de todas estas funciones, a no ser que se trate de una microempresa. Pero sobre todo si se trata de un equipo humano, en el que se reparten las tareas entre todos los directivos, ninguno, por técnico que parezca su puesto de trabajo, puede descuidar su responsabilidad hacia las personas. Desde luego no hay que olvidar otras tareas fundamentales habitualmente encomendadas a un manager, como planificar, organizar, mandar, coordinar y controlar. Pero esas tareas también tienen lugar siempre mediante relaciones interpersonales. La empresa es, en última instancia, un lugar de convivencia, y esta depende de todos, pero principalmente de los que la dirigen. De ahí la necesidad de que los dirigentes tengan muy presente que toda persona es importante, no sólo ni principalmente por lo que aporta a la empresa, sino por lo que es en sí misma. Si esto es así desde una perspectiva simplemente humana, más decisivo es para una perspectiva específicamente cristiana. Y, más en general, con palabras de san Josemaría: “un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no es un hombre o una sociedad a la medida del Corazón de Cristo” (Es Cristo que pasa, n. 167).
Pero, en todo caso, no debemos ser utópicos: el buen directivo tendrá defectos, como todos; cometerá errores, pero deberá reconocerlos y rectificar: volverá a empezar, sin ceder al desaliento. “El cristiano, decía san Josemaría, no es un maníaco coleccionista de una hoja de servicios inmaculada” (Es Cristo que pasa, n. 75), y actúa siempre con libertad, porque Dios “no desea siervos forzados, sino hijos libres” (Amigos de Dios, n. 33).
Que las personas que desempeñan funciones directivas en la empresa incluyan en su vida una dimensión espiritual, no hay que verlo como el añadido de unas prácticas introducidas en el horario, sino de algo que forma parte de la manera de ser y de actuar de la persona.. Esa dimensión espiritual puede tener aspectos muy variados. Uno, por ejemplo, es la unidad de vida: tener principios y criterios claros de decisión y ser coherentes en su aplicación. Otro aspecto, fundamental para un cristiano, es el esfuerzo positivo por santificar el trabajo profesional: no solo hacerlo técnicamente bien, sino como ofrenda a Dios en servicio a los demás.
El futuro
Pero en un entorno a menudo más bien laicista, en una sociedad que, con frecuencia, solo parece valorar el éxito fácil, la acumulación de riqueza y de poder; en un ambiente individualista, subjetivista y utilitarista, en que la concepción ética dominante lleva, de hecho, al relativismo… ¿hay lugar para una Escuela de dirección que parte de una propuesta de inspiración cristiana como esta? La respuesta es claramente: sí. Y los sesenta años de existencia del IESE son una muestra de cómo una concepción cristiana de la vida es no solo compatible, sino un fundamento excelente para una manera de entender la empresa y su función, que guíe la formación y el desarrollo de directivos que aspiren a la excelencia técnica y también humana.
El IESE, como parte de la Universidad de Navarra, no tiene una concepción propia de las teorías económicas o sociales: hay muchas teorías que son compatibles, en mayor o menor medida, con los supuestos antropológicos y éticos de la Doctrina Social de la Iglesia Católica. En la declaración de misión del IESE solo se afirma que “los valores éticos y morales de la escuela se basan en la tradición cristiana. Estos valores subrayan los derechos y la dignidad intrínsecos de cada persona, que consideramos el eje de cualquier organización y de la sociedad en general”. Y, en otro lugar: “cultivamos la integridad, el espíritu de servicio, la excelencia profesional y el sentido de responsabilidad en las personas que pasan por nuestra escuela”. Estos son valores, fundamentados en la verdad cristiana, pueden ser compartidos por personas de cualquier credo y también por personas sin religión alguna.
En todo caso, el contenido humanístico y ético de lo que se enseña en el IESE no es una alternativa a la calidad profesional que promovéis entre los empresarios y directivos, sino que forman parte de la misma: más aún, la carencia de algunas virtudes y valores puede ser un indicador de una calidad profesional deficiente, cuando esta se trata de medir no solo por los resultados externos (ingresos, beneficios, cifra de ventas, reputación, reconocimiento social, etc.), sino también por los aprendizajes internos (virtudes), su capacidad de transformar a la persona y su influencia sobre otras personas (colegas, empleados, etc.).
Para los que trabajáis ahora en el IESE o en otras Escuelas inspiradas por un ideario como el suyo, y para los que vendrán en los próximos años, os pueden ayudar unas palabras de san Josemaría, dirigidas a la Universidad en general, son plenamente actuales para una institución como el IESE, que forma parte de la Universidad de Navarra. “La Universidad –decía el primer Gran Canciller- no vive de espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de los hombres. No es misión suya ofrecer soluciones inmediatas. Pero, al estudiar con profundidad científica los problemas, remueve también los corazones, espolea la pasividad, despierta fuerzas que dormitan, y forma ciudadanos dispuestos a construir una sociedad más justa. Contribuye así con su labor universal a quitar barreras que dificultan el entendimiento mutuo de los hombres, a aligerar el miedo ante el futuro incierto, a promover –con el amor a la verdad, a la justicia y a la libertad- la paz verdadera y la concordia de los espíritus y de las naciones” (Discurso en Pamplona, 9-V-1974). ¡Qué actualidad tienen esas palabras, pronunciadas hace más de un cuarto de siglo!
Esta es la tarea que os corresponde a vosotros, profesores, directivos y empleados, alumnos y antiguos alumnos del IESE, así como a los que os unís hoy a esta fiesta de aniversario y que desarrolláis vuestra actividad en otras Escuelas y Universidades.
Decía al principio que sesenta años son ya una edad respetable para una institución académica. El IESE ha hecho una buena labor, y os felicito por ella. Pero queda mucho por hacer: nuevas generaciones llegan cada día a vuestras aulas, vuestros programas se multiplican, cada vez abarcáis más países en vuestra actividad, vuestros trabajos de investigación reciben merecidos elogios... Al llegar a este punto, os recuerdo de nuevo lo que san Josemaría dijo a los empresarios y directivos en aquella reunión de noviembre de 1972: “No os gocéis con vuestros éxitos. No os sintáis desesperados si alguna cosa fracasa. No olvidéis el sentido cristiano de la vida”. Es con este sentido, como podréis -podremos- afrontar siempre también el trabajo, "alegres en la esperanza" (Rom 12, 12), como escribe san Pablo a los Romanos.


[1] “Dirigir empresas con sentido cristiano”, en Dirigir empresas con sentido cristiano. Pamplona: EUNSA, 2015, pp. 47-48.
[2]Relación testimonial de Francisco Ponz Piedrafita, octubre de 1998. Francisco Ponz fue Catedrático de Organografía y Fisiología Animal en la Universidad de Barcelona entre 1944 y 1966, y Rector de la Universidad de Navarra desde 1966 hasta 1979.
[4] Congregación para la doctrina de la fe y Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral,Oeconomicae et pecuniariae quaestiones. Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero. 17 de enero de 2018, n. 23.