- El
autor analiza el papel de mediador del Papa en la apertura de relaciones
entre EEUU y Cuba. Sostiene que el objetivo de la Iglesia ha sido atender
a los cubanos ante su complicada situación social.
El comunicado simultáneo de Washington y La Habana restableciendo
relaciones diplomáticas entre dos tradicionales adversarios demuestra tres
cosas. La primera, que Obama -el pato cojo- está menos cojo de lo que todos
creíamos. La segunda, que la diplomacia vaticana vuelve por sus fueros y la
tercera que a los Castro -con este sorprendente deshielo invernal- les ha
tocado la lotería.
He dicho sorprendente pero, en realidad y visto en perspectiva, el
desenlace era previsible. Cuando Kennedy el 27 de octubre de 1962 -en un
ejercicio de presión ostensible y diplomacia secreta- aceptó el ofrecimiento de
Kruschev de retirar sus misiles de la isla caribeña si Estados Unidos prometía
no invadir nunca Cuba, se inició una situación extraña. Parecida a la que en la
Segunda Guerra Mundial se llamó una drôle de guerre (una extraña guerra) cuando
los ejércitos francés y alemán -declaradas ya las hostilidades- se observaban
de trinchera a trinchera, durante meses, sin iniciar las operaciones bélicas.
También entre Cuba y Estados Unidos -pero con duración de décadas- ha habido un
estado de alerta sin hostilidades guerreras: Washington mantuvo su bloqueo, La
Habana vociferó agriamente. Pero el tiempo comenzó a cansar a cubanos y
americanos. No a todos los primeros, pues el exilio cubano de Miami legítimamente
persiste en su posición hostil a un régimen que les quitó sus propiedades y
libertades. Ni a todos los segundos, pues una buena parte de los republicanos
ha visto el restablecimiento de relaciones como «una concesión estúpida» (John
Boehner), un error que da la mano a «un régimen represivo» (Jeb Bush),
«concesiones a cambio de nada» (Marco Rubio ).
Pero la verdad es que, dentro y fuera de Estados Unidos, abierta o
subterráneamente, venía apostándose por el cese del combate en un ring con dos
boxeadores exhaustos. Es sintomático que, en su intervención, Obama hable del
fin de una política que ha supuesto «un fracaso durante décadas». Lo que
implícitamente ha ratificado Raúl Castro al abogar por un nuevo clima en el que
«debemos aprender el arte de convivir de forma civilizada con nuestras
diferencias». Las reacciones internacionales han sido mayoritariamente de
alivio. Para el presidente de Colombia, la decisión es un «paso fundamental»,
que va a repercutir positivamente en todo el hemisferio. Rusia:«Un paso en la
buena dirección». Alemania: «Muy buenas noticias en estos tiempos llenos de
conflictos», etc.
La situación creada por el acercamiento Cuba EEUU se asemeja de algún
modo a la que supuso la declaración de Richard Nixon a la nación americana el
15 de julio de 1971, a las 7.30 horas, anunciando el principio de la
«normalización de las relaciones entre China y EEUU», y un próximo viaje del
presidente a Pekín. Aquella «semana que cambió al mundo» concluyó -cuando los
republicanos Nixon y Ford dejaron el poder- con algo menos conocido, pero
exactamente igual a lo acaecido ayer. Me refiero al anuncio de 15 de diciembre
de 1978, en el que el presidente del Comité Central del Partido Comunista de
China, Jua Kuo-feng, y el presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter,
anunciaron simultáneamente el establecimiento de relaciones diplomáticas entre
sus dos naciones, a partir del 1 de enero de 1979. También entonces sectores
americanos reaccionaron duramente, pero la realidad fue que, en general, la
comunidad internacional celebró el acontecimiento.
Tal vez sea una coincidencia, pero el caso es que el día del desenlace
-en el que Obama y Raúl Castro atribuyeron un importante papel a Francisco-
coincide con el 78 cumpleaños del Papa argentino. Puede ser un detalle cordial
con la primera autoridad moral de la Tierra y el máximo representante de una
diplomacia con experiencia de siglos para mediar en conflictos. Efectivamente,
según la nota vaticana y las afirmaciones de Castro y Obama, el Papa Francisco
escribió a los dos para invitarles a resolver cuestiones humanitarias que
afectaban al problema, acogió a las delegaciones de ambos países y ofreció sus
buenos oficios para favorecer un diálogo sobre «temas delicados».
La nota vaticana resalta el deseo de «favorecer el bienestar de los
ciudadanos de los dos países». Efectivamente, el objetivo de la diplomacia
vaticana hoy no es tanto resolver un problema entre dos ideologías, sino sobre
todo atender a individuos concretos -en este caso, el pueblo cubano- en una situación
humana, económica y socialmente compleja. El centro de las relaciones entre
Iglesia y Estado son hoy los ciudadanos implicados, no los intereses de las
cúpulas de mando. Cuando Chile y Argentina, por ejemplo, aceptaron el arbitraje
de Juan Pablo II en su conflicto sobre Beagle, por cuestión de horas no
solamente se evitó una guerra, sino que salvó la vida de casi 30.000 personas.
Cuando Estados Unidos y Francia estaban preparados para una intervención en
Siria, el Papa Francisco envió una carta personal para Putin -en realidad para
todo el G-20 reunido en Moscú- en la que decía que «todos los gobiernos tienen
el deber moral de hacer todo lo posible para garantizar la asistencia
humanitaria a las personas que sufren debido al conflicto, tanto dentro como
fuera de las fronteras del país». Esta audaz intervención llevó a que Putin
pidiera a Estados Unidos una inspección y destrucción de los centros sirios de
guerra bacteriológica, evitando una guerra segura.
Ciertamente el exilio cubano y bastantes personas dentro de Cuba no
parecen demasiado de acuerdo con esta normalización del problema. Según mis
fuentes, bastantes de ellos opinan que, por parte norteamericana, es una
posición oportunista, orientada a estar presentes cuando los cambios interiores
inevitablemente ocurran. Por parte cubana -dicen- es un modo de dar legitimidad
y poder a un régimen que, por sistema, conculca las libertades democráticas.
Por eso antes apunté que los Castro son los grandes beneficiados en este
deshielo invernal. Sin embargo, puede haber un efecto colateral en la
intervención del Papa en el conflicto cubano: la de que se acelere aún más el
reconocimiento por el régimen cubano de la primera de las libertades, la
libertad religiosa. Es cuestión de tiempo que las demás libertades irrumpan en
aluvión.
De algún modo, algo similar ocurrió en el Este europeo. Los principios
morales ayudaron decisivamente a derribar murallas cuyo cemento parecía hecho
para durar una eternidad. Recuerdo que Tad Szulc calificó como «el último gran
espectáculo político de este final del siglo XX» el encuentro de Juan Pablo II
con Fidel Castro en 1998. Tenía razón, aunque solamente en parte. Juan Pablo II
-al igual que ahora Francisco- son dos personas que han tenido la virtud de
cambiar los parámetros «políticos» de una situación por parámetros «humanos» o
éticos. Tal vez, también en esta ocasión, la intervención de la diplomacia
vaticana contribuya a una voladura controlada de la última muralla que, en
Occidente, separa a todo un pueblo de la libertad.
En realidad lo acaecido es la suma de acontecimientos en los que, poco a
poco, ha ido creciendo el prestigio de la Iglesia católica en Cuba. Todo se
inició con el viaje de Juan Pablo II. La entrevista entre el Papa polaco y
Fidel Castro fue importante. Desde entonces, la Iglesia ha ido alcanzando un
claro reconocimiento como «cuerpo social» en la isla caribeña. Incluso la
jerarquía cubana ha aceptado la mediación de la Iglesia en algunos concretos
conflictos sociales cubanos recientes. Francisco ha continuado el proceso.
Naturalmente -me lo subraya Joaquín Navarro-Valls, que se entrevistó muchas
horas con el mandatario cubano preparando el viaje de Juan Pablo II- lo que ha
sucedido solamente era posible para las autoridades cubanas mientras Fidel
estuviera vivo. Después, la nueva era cubano-estadounidense hubiera parecido
una reforma de la Revolución. Fidel, en vida, ha aceptado el cambio, que ahora
aparece simplemente como una matización en el proceso revolucionario.
En fin, el pato cojo ha querido dejar un legado para la Historia y para
su memoria. Parece que lo ha conseguido. El desafío ahora para Obama es lograr
que el Congreso levante el embargo de Cuba. Veremos.
Rafael Navarro-Valls es
catedrático, académico y autor del libro Entre dos orillas: de Obama a
Francisco.
3 comentarios:
Qué bueno...
Feliz y santa Navidad.
Si tratta di un argomento meraviglioso
starrMa
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