'A veces la libertad de expresión pierde
el derecho a ser tolerada por la sociedad'
Por Rafael
Navarro-Valls
MADRID, jueves 20
septiembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores el
artículo de nuestro colaborador habitual Rafael Navarro-Valls, para la sección
'Observatorio jurídico', en el que comenta la oleada de protestas contra la denigración
de la figura de Mahoma. Afirma, en su calidad de jurista, que no todo cabe bajo
el paraguas de la “libertad de expresión”. Navarro-Valls es miembro de la Real
Academia de Jurisprudencia y Legislación de España
Cuando al grito de
”Alá es grande” los sicarios de Bin Laden estrellaron los aviones contra las
torres de Nueva York condujeron el fundamentalismo a una victoria
táctica, pero a una derrota estratégica. Con el tiempo – y no sólo
metafóricamente – acabaron en el gran cementerio de la teocracia.
Al contrario, cuando
el Parlamento y el pueblo libio solicitaba hace unos días perdón por el
asesinato del embajador estadounidense y, al tiempo, pedía respeto para
las creencias islámicas, iniciaba un camino correcto. Rechazaba la violencia pero
reclamaba decencia a Occidente. Efectivamente, en una sociedad plural
-pero a veces desquiciada- el ataque injusto a las grandes religiones no es
infrecuente. El problema es como reaccionar.
En Europa, la
reacción suele transitar por los Tribunales de Justicia. Cuando en Austria, por
ejemplo, las autoridades confiscaron una película emitida en el Tirol
(Das Liebeskonzil) en la que se presentaba a Dios Padre como un
idiota senil e impotente, a Cristo como un cretino y a la Madre de Dios como
una desvergonzada, el Tribunal de Derechos Humanos entendió que la confiscación
era procedente y no violaba la libertad de expresión. En la sentencia (Otto
Preminger Institut versus Austria) concluyó que en una sociedad democrática
puede juzgarse necesario “sancionar ataques injuriosos contra objetos de
veneración religiosa, siempre que la sanción sea proporcionada al fin
perseguido”. Es más, añadió que hay veces en que “la libertad de expresión
pierde el derecho a ser tolerada por la sociedad”.
Esta, por así decir,
“localización” de los conflictos en Occidente lleva a olvidar la tendencia a su
globalización cuando está por en medio la parte más integrista del Islam. Este
tiende a globalizar la ofensa inferida en un incidente localizado.
Quiero decir, que una viñeta de Mahoma publicada en Dinamarca o un video
injurioso exhibido en una sala de cine de California puede desencadenar una
reacción en cadena que corra desde un suburbio de Bengasi hasta un barrio
indonesio pasando por un Muslim Quarter de Londres. Pero en
estas reacciones hay que distinguir bien lo que es actuación más o
menos legítima contra el “discurso del odio” de lo que es manipulación de un
extremismo político-religioso que no se resigna a morir.
Antes he dicho que el
cementerio teocrático está lleno de sepulturas fundamentalistas. Ahora debo
añadir que, de vez en cuando, lanza sus coletazos aprovechando los inevitables
movimientos sociales en busca de la libertad. Es decir, el radicalismo
yihadista – relegado a un segundo plano después de su derrota – asoma la cabeza
saliendo de los sepulcros. Esta vez lo ha hecho entre los surcos de la
“primavera árabe”.
De todas
formas, Occidente debe tener en cuenta lo que Oliver Wendell Holmes,
magistrado del Tribunal Supremo de Estados Unidos, hacía notar en una
antigua sentencia (Schenck vs.Estados Unidos): que “la más
estricta protección de la libertad de expresión no protegería a un hombre
que gritara falsamente “¡fuego!” en un teatro, provocando el pánico.
La cuestión a tener en cuenta es si las palabras que se utilizan en tales
circunstancias puedan crear un peligro de males sustanciales. Se
trata de una cuestión de proximidad y grado». Desde luego hay que estar en
guardia contra el fundamentalismo, pero el respeto a las ideas ajenas
–incluidas las religiosas- debe llevar en Occidente a ser prudente
en un mundo que tiende a globalizar el odio. Entre otras cosas porque, como se
ha dicho, resulta que “uno no sabe muy bien al lanzar el grito si está en
un teatro, si el teatro está lleno o vacío y, lo más importante, ¿son todos en
el público bomberos o pirómanos?”.
3 comentarios:
Me temo que el autor del artículo se precipita no poco en levantar el acta de defunción del islamismo.
cierto, es positivo animante, pero miedoso, mucho.
La libertad de uno (incluso de expresión) termina dónde empieza la del otro. La vieja Europa debe ser contundente en la defensa de las creencias de los pueblos y gentes... aunque no sea la suya. Un abrazo y enhorabuena por tu blog
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