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Los que vienen a Europa y los que se van
15 septiembre, 2015
La llegada de centenares de miles de refugiados es un problema para Europa, pero también un homenaje. Llegan a las costas de Grecia o de Italia en lanchas neumáticas o en embarcaciones endebles y al tomar tierra prorrumpen en gritos de triunfo. Para ellos Europa es todo lo contrario de lo que dejan atrás: paz en vez de guerra; perspectiva de prosperidad frente a pobreza; reconocimiento de derechos en vez de regímenes despóticos; ayuda en vez de despojo… Quizá luego la realidad no cumpla todos sus sueños, pero no cabe duda de que para ellos Europa es la tierra de promisión.
Y eso que llegan a una Europa que suscita tantos lamentos de sus propios ciudadanos, agobiados por políticas de austeridad, escasez de empleo, recortes salariales y crisis de deuda. Pero parece que esa Europa que, según algunos críticos, desmantela su Estado de Bienestar y lamina a las clases medias, sigue siendo un polo de atracción para el que está fuera.
La lenta e indecisa reacción frente a la crisis de los refugiados puede considerarse un nuevo síntoma de la desunión en la UE, de un funcionamiento deficiente y falto de objetivos claros. La misma reticencia de algunos países de Europa del Este a acoger a miles de musulmanes ha sido interpretada como un sesgo de intolerancia religiosa. Pero si algo revela la crisis es la quiebra de los países de Oriente Medio de donde proceden los refugiados.
Desde Libia a Afganistán, pasando por Siria e Irak, lo que más destaca es el fracaso de una civilización para incorporarse a la modernidad. Como escribe Walter Rusell Mead en Wall Street Journal, desde la caída del imperio otomano y el fin del colonialismo, todas las diversas ideologías que han intentado vertebrar al mundo árabe y musulmán han fracasado: “El nacionalismo liberal de los comienzos del siglo XX fracasó, así como también el nacionalismo socialista de Gamal Abdel Nasser en Egipto y el de sus contemporáneos. También ha naufragado el autoritarismo: basta comparar lo que creó Lee Kwan Yew en un país sin recursos como Singapur, y la herencia de los Assads en Siria o de Saddam Hussein en Irak”. Ayer asistimos al fracaso de las “primaveras árabes” y hoy al del islamismo fanático en la versión del EI, que con su violencia brutal ahuyenta a esa misma población a la que dice querer liderar. Los choques de sunitas contra chiítas, de clanes contra clanes, del ejército contra islamistas, han acabado expulsando de sus tierras a millones de habitantes.
En estas condiciones, no deja de ser paradójico que el Estado Islámico reclute yihadistas en Europa para fomentar en Oriente Medio la violencia y el caos del que huyen los refugiados, y para organizar atentados en Europa. Estos jóvenes yihadistas, salidos a menudo de los hijos de inmigrantes musulmanes, son también el testimonio de una integración cultural fracasada. Lejos de haber hecho suyos los valores de una Europa ilustrada, encuentran en el islam más fanático un modo de llenar el vacío de su espíritu y de sentirse héroes empuñando un fusil.
Lo cual indica también una crisis de civilización en Europa. Una civilización que niega las raíces de donde han salido sus valores, que desconecta las libertades y derechos de su fundamento en la dignidad humana, acaba resultando incoherente y poco atractiva.
Hoy nos compadecemos de esos niños que llegan con sus padres a Europa tras un viaje largo y peligroso, y les ofrecemos protección. Sin duda estas familias van a necesitar techo, comida y trabajo, pero también una educación que integre a esos niños en nuevos valores que no han conocido en su país. Sería triste que cuando se hagan mayores encuentren más atractivo en la yihad que en la democracia.
Y eso que llegan a una Europa que suscita tantos lamentos de sus propios ciudadanos, agobiados por políticas de austeridad, escasez de empleo, recortes salariales y crisis de deuda. Pero parece que esa Europa que, según algunos críticos, desmantela su Estado de Bienestar y lamina a las clases medias, sigue siendo un polo de atracción para el que está fuera.
La lenta e indecisa reacción frente a la crisis de los refugiados puede considerarse un nuevo síntoma de la desunión en la UE, de un funcionamiento deficiente y falto de objetivos claros. La misma reticencia de algunos países de Europa del Este a acoger a miles de musulmanes ha sido interpretada como un sesgo de intolerancia religiosa. Pero si algo revela la crisis es la quiebra de los países de Oriente Medio de donde proceden los refugiados.
Desde Libia a Afganistán, pasando por Siria e Irak, lo que más destaca es el fracaso de una civilización para incorporarse a la modernidad. Como escribe Walter Rusell Mead en Wall Street Journal, desde la caída del imperio otomano y el fin del colonialismo, todas las diversas ideologías que han intentado vertebrar al mundo árabe y musulmán han fracasado: “El nacionalismo liberal de los comienzos del siglo XX fracasó, así como también el nacionalismo socialista de Gamal Abdel Nasser en Egipto y el de sus contemporáneos. También ha naufragado el autoritarismo: basta comparar lo que creó Lee Kwan Yew en un país sin recursos como Singapur, y la herencia de los Assads en Siria o de Saddam Hussein en Irak”. Ayer asistimos al fracaso de las “primaveras árabes” y hoy al del islamismo fanático en la versión del EI, que con su violencia brutal ahuyenta a esa misma población a la que dice querer liderar. Los choques de sunitas contra chiítas, de clanes contra clanes, del ejército contra islamistas, han acabado expulsando de sus tierras a millones de habitantes.
En estas condiciones, no deja de ser paradójico que el Estado Islámico reclute yihadistas en Europa para fomentar en Oriente Medio la violencia y el caos del que huyen los refugiados, y para organizar atentados en Europa. Estos jóvenes yihadistas, salidos a menudo de los hijos de inmigrantes musulmanes, son también el testimonio de una integración cultural fracasada. Lejos de haber hecho suyos los valores de una Europa ilustrada, encuentran en el islam más fanático un modo de llenar el vacío de su espíritu y de sentirse héroes empuñando un fusil.
Lo cual indica también una crisis de civilización en Europa. Una civilización que niega las raíces de donde han salido sus valores, que desconecta las libertades y derechos de su fundamento en la dignidad humana, acaba resultando incoherente y poco atractiva.
Hoy nos compadecemos de esos niños que llegan con sus padres a Europa tras un viaje largo y peligroso, y les ofrecemos protección. Sin duda estas familias van a necesitar techo, comida y trabajo, pero también una educación que integre a esos niños en nuevos valores que no han conocido en su país. Sería triste que cuando se hagan mayores encuentren más atractivo en la yihad que en la democracia.
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