Reivindicación de la naturaleza
Hoy día lo natural es lo valioso, lo auténtico, lo que hay que preservar. Siempre y cuando no hablemos de la naturaleza humana. Si se trata del ser humano, no hay una naturaleza dada, todo es maleable, sujeto al arbitrio del deseo y a las transformaciones de la cultura. En este clima, no es extraño que la Iglesia católica se vea obligada muchas veces a proclamar no ya verdades de fe, sino verdades puramente naturales, oscurecidas por construcciones ideológicas.
Esto es lo que hace también en el documento Hombre y mujer los creó, que acaba de publicar la Congregación para la Educación Católica. El texto sale al paso de la ideología de género, según la cual la identidad sexual tiene más que ver con una construcción social que con una realidad natural o biológica. Los estudios de género, dice el documento, son útiles para examinar cómo se vive en diferentes culturas la diferencia sexual entre hombre y mujer. Pero cuando lo decisivo pasa a ser la actitud subjetiva de la persona, que puede elegir un género que no se corresponde con su sexualidad biológica, y exige que los demás la consideren así, entramos en el terreno de la ideología. Las teorías del género suponen un progresivo alejamiento de la naturaleza para dejar paso a una opción radical por la decisión del sujeto emocional. Lo que siento, eso soy.
Puede parecer que, en esto como en tantas otras cosas, la Iglesia se encuentra defendiendo en solitario ideas a contracorriente del pensamiento dominante, o que ve fantasmas donde no los hay. Sin embargo, últimamente están apareciendo voces que también cuestionan el intento ideológico de cancelar la diferencia sexual entre hombre y mujer, en favor de un “género” variable y fluido. Y no es que provengan de ambientes católicos, sino más bien de posturas irreligiosas.
Una de ellas es la de la filósofa francesa Sylviane Agacinski, que en una entrevista publicada en Le Figaro con motivo del Día de la Mujer de este año, advertía que la teoría de género es una amenaza para el feminismo. El peligro reside en que hace olvidar los problemas específicos de la mujer.
“La teoría de género –decía Agacinski– predica una identidad personal construida sobre la práctica sexual de cada uno, independientemente de la diferencia sexual hombre/mujer; por ejemplo, la identidad gay o lésbica, bisexual, transexual… Pero estas distinciones no pueden cancelar ni reemplazar la distinción de los sexos. Al contrario, la confirman, porque no tendría sentido decirse bisexual si no hubiera dos sexos. Pero si se rechaza la categoría de mujer, no se pueden analizar las formas de la alienación y de violencia que sufren las mujeres en cuanto tales. De ahí la ruptura del pensamiento gender con el feminismo”.
Si la identidad de género depende solo de lo que yo digo ser, hay que olvidar los datos biológicos y aceptar cambios jurídicos puramente voluntaristas. “El deseo de determinar por uno mismo el propio género –afirma Agacinski– revela una voluntad de huir de los límites de nuestra condición humana: la de un ser carnal y vivo, al cual el sexo y la muerte le dan el sentido de la finitud”.
Incluso el intento de sustituir las palabras “madre” y “padre” por “progenitor 1 y 2” tiene como objetivo “neutralizar la relación padre-madre, es decir, el papel asimétrico de los sexos en la procreación”. Para Agacinski, no hay que reemplazar los términos “padre” y “madre” porque “las palabras tienen el poder ambiguo de mostrar lo real o de disimularlo. La distinción léxica entre padre y madre se basa en el hecho de que uno no puede sustituir al otro, porque sus dos papeles no son equivalentes. La palabra “madre” no es solo el femenino de “padre”, es otra cosa”. Parece que la filósofa francesa podría compartir la crítica del documento vaticano, que advierte que la ideología de género quiere “desestructurar la familia con la tendencia a cancelar las diferencias entre hombre y mujer, consideradas como simples efectos de un condicionamiento histórico-cultural”.
Más drástica es la crítica de la ideología de género que hace el filósofo Michel Onfray en su último libro Théorie de la dictature. Apoyándose en la obra de Orwell 1984, Onfray asegura que hemos entrado en un nuevo tipo de dictadura, que destruye la libertad, abole la verdad y niega la naturaleza. Onfray, pensador ateo militante, es también un iconoclasta cuando se trata de arremeter contra ideas que quieren instaurar un pensamiento único, como sería ahora la negación de la naturaleza frente a la cultura.
En una reciente entrevista, cuando le preguntan por la teoría de género, Onfray se pronuncia con la contundencia que le caracteriza: “Es el producto de una sociedad cuyo objetivo es hacer una guerra total a la naturaleza a fin de que todo, absolutamente todo, se convierta en artefacto, producto, objeto, cosa, artificio, utensilio, es decir: valor de mercado”.
Este mismo “odio de la naturaleza” lo advierte en las propuestas para sustituir la filiación biológica por una “filiación intencional”, a través de la procreación asistida para parejas del mismo sexo. Esto formaría parte del “proceso para desnaturalizar y artificializar lo real. La naturaleza es negada, destruida, despreciada, ensuciada, devastada, explotada, contaminada, y después se la reemplaza por lo cultural (…) Este odio a la naturaleza, esta guerra de destrucción declarada a la naturaleza, es propedéutica del proyecto transhumanista”.
Eso son disputas filosóficas, ideas contra ideas. Pero también hay voces que cuestionan las teorías de género por ser incompatibles con los hechos biológicos. Es el caso de Ulrich Kutschera, profesor de biología evolutiva de la Universidad de Kassel (Alemania). Como tenaz defensor de la evolución darwinista, Kutschera empezó a criticar las tesis de las teorías de género a partir de sus estudios sobre la conducta reproductiva de algunos animales. Sus críticas, expuestas en 2016 en el libro The Gender-Paradoxon. Man and Women as Evolved Types of Humans, le llevaron a afirmar que los estudios de género realizados en algunos departamentos de humanidades son contradictorios con los datos biológicos.
En unas declaraciones a MercatorNet, Kutschera explica por qué la identidad sexual es algo que viene determinado ya antes del nacimiento, y no es solo una consecuencia de la socialización como chico o chica. También mantiene que “contar con una madre y un padre biológicos es muy importante para un sano desarrollo del niño”, cosa que no puede conseguirse en las parejas del mismo sexo. Como biólogo que se atiene a los datos, se muestra totalmente reacio a que se hagan experimentos de este tipo con los niños.
Lo más curioso es que las teorías de género intenten imponerse como doctrina única y oficial en la educación de los niños, cuando no pocos intelectuales ven en ellas solo una construcción ideológica.
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