lunes, septiembre 02, 2019

Género y deporte.






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Identidad de género deportivo

Es posible que la próxima edición del Maratón de Boston femenino la gane alguien que cuando era campeón juvenil se llamaba Johnny pero que ahora se llama Joan. Podría ocurrir porque los organizadores han decidido que puede competir entre las mujeres cualquiera que se autoidentifique como mujer, al margen del sexo biológico que le “asignaron” en el nacimiento. En la carrera por mostrarse inclusivo con las mujeres transexuales Boston no quiere quedarse atrás.
Las que pueden quedarse atrás y sin los 150.000 dólares de premio son las nacidas mujeres, si alguna transexual hace valer la superioridad física de quien pasó su pubertad como hombre. Sería una situación paradójica en una carrera que solo se abrió oficialmente a las mujeres en 1972, tras duros esfuerzos de las pioneras. Desde 1966 a 1971 algunas lograron participar de modo no oficial con varias artimañas. Pero, ya en 2015, el 46% de los participantes eran mujeres.
Ahora su problema es que pueden tener que competir con corredores que se sienten mujeres pero que tienen un cuerpo de hombre. Y la diferencia no es pequeña. La propia organización lo tiene en cuenta, pues la marca mínima para participar –para el tramo de edad de 18 a 34 años– es de 3 horas para los hombres y 3.30 para las mujeres. Los récords absolutos de la carrera también lo atestiguan: 2.01.39 del keniata Geoffrey Mutai en 2011, frente a 2.19.59 de la etíope Bezunesh Deba en 2014.
Así que no es descabellado que algún atleta varón que tendría pocas posibilidades de ganar entre los hombres se deje llevar por un impulso irresistible de sentirse mujer, y acabe subido en el podio y deje a las etíopes y kenianas compuestas y sin premio.
No es pura especulación. Ya está ocurriendo a otros niveles. En 19 estados americanos, las autoridades deportivas ya permiten que en las competiciones escolares de secundaria las transexuales participen sin restricciones en las pruebas femeninas. Y la diferencia se está notando. En Connecticut, dos estudiantes afroamericanos de secundaria que se identifican como mujeres están arrasando en carreras. En 2017, los dos atletas nacidos hombres ganaron 15 títulos de campeonatos femeninos escolares, que el año anterior habían sido ganados por nueve chicas distintas.
Chicas que protestan
Aunque la protesta contra esta especie de dopaje genético intenta ser acallada como “transfobia”, ya hay quien se ha atrevido a alzar la voz. La atleta escolar Selina Soule, de 16 años, y otras dos compañeras han presentado una reclamación ante la Oficina de Derechos Humanos del Departamento de Educación. Invocan el Título IX de la ley de Educación de 1972, que prohíbe la discriminación por sexo en las actividades y programas educativos que reciben financiación federal. Las reclamantes mantienen que la política de Connecticut respecto a las atletas transexuales discrimina a las nacidas mujeres.
Su representante legal lo explica así: “Lo que pedimos es que se respete la imparcialidad. Permitir a alguien que es biológicamente varón participar en una competición femenina y llevarse las medallas, subirse al podio o arrebatarles las oportunidades de conseguir becas, es injusto”. En su reclamación, aseguran que la decisión de las autoridades deportivas amenaza con revertir los beneficios obtenidos por la política antidiscriminación por sexo, pues “chicas altamente competitivas” están siendo “sistemáticamente privadas de una oportunidad justa e igualitaria de experimentar la emoción de la victoria”.
Las chicas que reclaman aseguran que no tienen nada contra la identidad de las trans, pero que en el contexto deportivo lo que cuenta es la biología, y el que un varón se identifique como mujer no cambia su constitución biológica. La ventaja competitiva de la biología masculina es innegable, desde la pubertad. Los mejores sprinters alumnos de secundaria pueden superar a las mejores atletas olímpicas de la misma distancia. Según un ejemplo que pone Aaron Smuts en un riguroso y razonado artículo, “en el estado de Nueva York desde 2006 los 10 mejores corredores de 100 metros lisos en los campeonatos de secundaria cubren la distancia entre 10.48 y 10.79 segundos. En los últimos diez Juegos Olímpicos las tres primeras atletas femeninas de esa distancia tenían tiempos entre 10.54 y 11.19 segundos”. ¿Puede haber auténtica competición si se mezclan hombres y mujeres?
Como la ventaja competitiva es innegable, las atletas trans se escudan en que ellas son mujeres, porque así lo sienten. Y que no permitirles competir con otras mujeres sería discriminarlas. Así, los dos estudiantes trans que están ganando en Connecticut, tocan también la tecla de la antidiscriminación, amparados en su condición de minoría por partida doble (son afroamericanos y trans). Uno de ellos, Miller, sitúa su caso dentro del marco de “tantas personas trans que sufren exclusión en la escuela y en el atletismo, lo que contribuye al horrible sufrimiento y discriminación que mi comunidad debe afrontar”.
Una vez que se ha accedido a la indiscutible condición de víctima, parece que ya está todo zanjado. Pero la supuesta exclusión en la escuela tampoco justificaría que en los exámenes se les facilitaran a los alumnos trans las respuestas del 20% de las preguntas. Igualmente, la lucha contra la supuesta discriminación de los trans en el deporte no puede hacerse a base de reconocerles una ventaja comparativa que discrimina a las mujeres. Pueden competir, dicen las chicas reclamantes, pero con los individuos de su sexo biológico, cualquiera que sea lo que sientan.
Frente a esto, las atletas trans responden que también hay diferencias físicas entre las nacidas mujeres: algunas son más altas, más fuertes o más explosivas, o incluso algunas tienen niveles más altos de testosterona, sin que esta ventaja sea una razón para excluirlas. Este argumento parece más plausible, pero en realidad enmascara que en el caso de las atletas trans hay una diferencia ventajosa inherente a su biología masculina. Por eso las competiciones deportivas están basadas en la discriminación por sexo. “La discriminación por sexo –escribe Aaron Smuts– en la mayoría de los deportes tiene la misma finalidad que las divisiones por grupos de edad y de peso. Las tres tienen como objetivo favorecer la competitividad, la imparcialidad y la seguridad”.
Si en otros aspectos la corrección política ha llevado a dar por buena cualquier exigencia de los transexuales por encima de lo natural, al llegar al deporte hemos tropezado con la biología y las lenguas empiezan a desatarse. Ya hace unos meses la ex tenista Martina Navratilova se atrevió a decir que “uno no puede simplemente declararse mujer y ser autorizado a competir con mujeres”. Le apoyaron otras atletas de primera fila, entre ellas Paula Radcliffe, la fondista británica que tiene el récord del maratón femenino, y que también ha criticado la decisión de los organizadores de Boston: “Abrir el maratón femenino a cualquiera que se autoidentifica como mujer es injusto, porque el resultado será que a las mujeres les será más difícil calificarse pues tendrán más competidores”.
Cuando se trata de cambiar de nombre y de sexo en el pasaporte, nadie tiene mucho interés en oponerse. Pero cuando alguien quiere ocupar tu puesto en el podio, la biología recupera su valor. Y las mujeres, empezando por las atletas, comienzan a ver el fenómeno de las mujeres trans como otro intento de colonización masculina de un territorio que era solo para ellas.

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