sábado, octubre 26, 2024

Sic.

 


La verdadera oración, la que absorbe a todo el individuo, no la favorece tanto la soledad del desierto, como el recogimiento interior. (Surco, 460)


Un año de plazo. Mirado en el conjunto de la Historia, es apenas un destello. Y, en el conjunto de la vida de una persona, es una minucia. Pero mirado día a día, hora a hora, minuto a minuto, es un cúmulo de oportunidades.

Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar.

Para el viñador, seguramente, fue un año larguísimo. Quizás acudía cada mañana a comprobar si la higuera anunciaba sus frutos, a verter estiércol, a cavar y a aportar agua en los días de sequía. «Venga, a ver si mañana vemos algo», se diría cada vez que terminara su jornada de trabajo.

Y pienso yo que así me debe estar mirando el Señor desde la Cruz. Él, subido al Leño, le ha arrancado a su Padre un plazo para mí. Y está esperando a que me convierta, a que deje de vivir mirando al mundo y comience a vivir de cara a Él, de cara al Calvario.

Debería percibir cada mañana esa mirada paciente con que, desde la Cruz, me mira Cristo. Él me está esperando. ¿A qué espero yo?

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