Quinta Palabra:
"¡TENGO SED!" (Jn 19,28)
El evangelista Juan, que
la escuchó, nos cuenta: "Sabiendo que todo estaba cumplido para que se
cumpliera la Escritura, exclamó: ¡Tengo sed!". También aquí confirmaste la
palabra tomada de los Salmos y que el Espíritu había profetizado ante tu
Pasión. En el Salmo 21 se dice de ti: "Mi paladar está seco lo mismo que
una teja, y mi lengua pegada a mi garganta", y en el Salmo 69, 22, está
escrito: "En mi sed me han abrevado con vinagre".
¡Oh Servidor del Padre,
obediente hasta la muerte y muerte de cruz! Tú miras más allá, incluso en la
agonía, en la que el espíritu se oscurece y desaparece la conciencia clara,
intentas ansiosamente hacer coincidir todos los detalles de tu vida con la
imagen eternamente presente en la mente del Padre. No te referías a la sed
indecible de tu cuerpo desangrado, cubierto de heridas abrasadas y expuesto al
sol implacable de un mediodía de Oriente. Cumplías la voluntad del Padre hasta
la muerte con una humildad inconcebible y digna de adoración. Sí, lo que los
profetas habían predicho como voluntad del Padre se cumple en ti: tengo sed.
Así comprendiste toda la
aspereza cruel de tu Pasión: era una misión que cumplir, no un ciego destino;
era la voluntad del Padre, no la maldad de los hombres; redención de amor, no
crimen de pecadores.
Señor Jesús, sucumbes
para seamos salvos. Mueres para que vivamos. Tienes sed para que restauremos
nuestras fuerzas en el agua de la vida. Nos invitaste a esta fuente cuando en
la fiesta de los Tabernáculos exclamabas: "Si alguno tiene sed venga a mí
porque de mi seno correrán ríos de agua viva" (Jn 7,37).
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