El aburguesamiento en que ha caído el cristianismo occidental hace que pocos cristianos ayunen. Muchos piensan que el ayuno es el rostro de un cristianismo desfasado y triste, más centrado en el dolor que en la alegría, en la muerte que en la vida… y así nos va. Al relegar el pecado, la condena, el ayuno y la muerte, dejamos de apreciar la gracia, la misericordia, la fiesta y la vida.
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Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán. Hemos olvidado que nos han arrebatado al Esposo, y que han sido nuestros pecados quienes nos lo han arrebatado. Y que, si no nos entristecen esas traiciones, es señal del poco amor que profesamos a nuestro Salvador. El ayuno es una mera consecuencia de ese dolor. Nadie quiere comer cuando está triste.
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Y hemos olvidado, también, que, tras la tristeza del viernes y la soledad del sábado, viene la alegría del domingo. El Esposo, arrebatado por nuestras culpas, resurgirá glorioso del sepulcro por el poder de Dios, y nos anunciará el perdón de nuestros pecados. Entonces comeremos y beberemos llenos de gozo. Y sabremos que, al final, nuestro ayuno sirvió para hacer hambre y disfrutar de ese banquete.
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