¡Lo que hubiera dado por ver la cara que se le quedó al hombre! Sus amigos lo acercan a Jesús para que lo cure de su parálisis. Y Jesús le dice: ¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados! Pero él sigue enfermo.
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No todo el mundo reacciona bien ante esto. Muchos enfermos terminales preferirían recibir la visita del médico que pudiera curarlos a la del sacerdote que perdona sus pecados. «A mí que me den tiempo. Y, cuando tenga tiempo, ya encontraré un ratito para ir a confesarme. Que venga el médico».
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Otros no. Cuando el sacerdote los visita, perdona sus pecados con la absolución, bendice con la santa unción sus cuerpos enfermos y los alimenta con la Eucaristía, quedan con tanta paz y tanto ánimo que ya no temen a la muerte, porque saben que la han vencido. Estos últimos conocen algo que no conocen los primeros: que no hace falta tener salud para tener vida. Es una gran lección.
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No sabemos a cuál de los dos grupos pertenecía el paralítico. Pero, por si acaso, le dijo después Jesús: Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa. En Jesús lo visitaron el sacerdote y el médico. |
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